Adiós a Montalvo


En el recordado pueblo de Rodas, en la antigua provincia de Las Villas, muy cerca de mi Cienfuegos natal, había un “cacique” muy pintoresco llamado Don Montalvo. Un hombre adinerado y de costumbres muy “arraigadas”. Mi abuelo Don José nos contaba que la primera letrina “moderna” que se construyó en el pueblo, la construyó – precisamente – Don Montalvo. Aquello era todo un espectáculo y toda Rodas tenía que ver con la letrina del respetado terrateniente.

Una noche, el sereno del pueblo notó un movimiento extraño en un maizal que se había levantado frente al chalet de Don Montalvo y para allá se dirigió, cumpliendo con sus obligaciones de velar por el sueño de los habitantes de Rodas. Cuál fue su sorpresa cuando encontró agachado al hombre más prominente del pueblo: ¡Don Montalvo! Al ver aquello, el sereno exclamó: “!Hombre, Montalvo! ¿Con letrina en su casa y haciendo la necesidad en el campo?

Esta jocosa anécdota de pueblo nos la contó el abuelo una tarde en que junto a él me encontraba en compañía de mi tío José Manuel, quien había venido a Caracas desde California a visitar a sus padres. De ahí en adelante, cada vez que me encontraba con mi tío “Mel” le decía: “¡Hombre Montalvo!” Con el paso de los años lo apodé “Montalvo”.

“Montalvo” llevó una vida grata. Salió de Cuba al exilio y se colocó de profesor de lenguas romances en la Universidad de Withworth, en la ciudad de Spokane, en el Estado de Washington, EE.UU. Pasé junto a él unos años, allá en el norte.

Su esposa, Milagros, vivía para evitar que sus hijos y yo conversáramos en inglés, idioma que llegó a ser de más fácil uso entre nosotros los muchachos. El tío “Montalvo” insistía en que pronunciáramos correctamente el español. Cada vez que decíamos: “más nunca”, el tío nos interrumpía: “¡nunca más!”… “más nada”, ¡nada más! y así con cada error o mal uso del idioma de Cervantes. Hoy ya de viejo cuando se me va un gazapo, me pregunto si desde el cielo “Montalvito” está pendiente de él. El amor que hoy siento por las letras se lo debo -- en gran parte -- a él y a mi otro tío, su hermano Armando.

Faltando meses para morir, una tarde, caminando por las calles de la ciudad de Miami, “Montalvo” se topó con una anciana matancera que en su juventud había sido su novia. Fue un emotivo reencuentro que se convirtió en una entrañable amistad. A sus ochenta años lo llevaba alguna que otra tarde a visitar a sus amigos en el “sausgües” de Miami, entre los cuales se encontraba su novia de juventud.

Una noche, mientras regresábamos a casa, me recitó unos versos muy famosos que trataban del dueño de un circo quien aparente y evidentemente tuvo una muy mala experiencia en la provincia cubana de Matanzas:


xxxxxxxxxxxxxxxxxxMatanzas me cago en ti

xxxxxxxxxxxxxxxxxxy en tu puñetero pan,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxen tu chochino San Juan,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxy en tu sucio Yumurí...


xxxxxxxxxxxxxxxxxxEl hambre que pasé allá

xxxxxxxxxxxxxxxxxxjamás lo echaré en el olvido;

xxxxxxxxxxxxxxxxxxel mono se me ha perdido,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxse me ha quemado el telón

xxxxxxxxxxxxxxxxxxy el condenado león

xxxxxxxxxxxxxxxxxxno sé dónde se ha metido...


“Montalvo” era un poeta, un magnífico y reconocido poeta. A veces, mientras disfrutaba en silencio de su compañía, rompía su meditación para salirme con poemas populares cubanos como el que arriba he trascrito, pero en aquella oportunidad, regresando de la casa de su amiga matancera, se empeñó en enseñarme una versión muy diferente de aquel popular poema, cuya modificación ahora no sé si fue obra suya y motivada por el cariño hacia la mujer de Matanzas que una vez le dio su amor:


xxxxxxxxxxxxxxxxxxMatanzas, te llevo en mí

xxxxxxxxxxxxxxxxxxjunto con tu lindo pan,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxtu caudaloso San Juan

xxxxxxxxxxxxxxxxxxy tu bello Yumurí...


xxxxxxxxxxxxxxxxxxEl amor que tuve ahí

xxxxxxxxxxxxxxxxxxjamás lo eché en el olvido;

xxxxxxxxxxxxxxxxxxy al pensar en lo vivido

xxxxxxxxxxxxxxxxxxcomprendo con emoción

xxxxxxxxxxxxxxxxxxque en ti dejé el corazón

xxxxxxxxxxxxxxxxxxque creía haber perdido...


Así era “Montalvo”. De él aprendí mucho de vida, pero su gran enseñanza fue la forma en que murió. Estando juntos en un restaurante floridiano, sintió un profundo dolor en la boca del estómago. Esa misma semana su médico le diagnosticó un cáncer terminal. A los pocos días me entregó una poesía para que le dijera qué pensaba de ella, la tituló, “El Reto”:


xxxxxxxxxxxxxxxxxxTe habré de recibir espada en mano,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxen alto la visera, el pecho abierto,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxen el brazo el escudo, al descubierto,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxcon el altivo gesto de un Quijano.


xxxxxxxxxxxxxxxxxxNo blandiré en ataque el toledano,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxni alzaré la rodela en desconcierto,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxpues no he de acobardarme ante lo incierto,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxque se oculte en las fuentes de mi arcano.


xxxxxxxxxxxxxxxxxxQuiero mirarte de hito, frente a frente,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxsin mostrarme alardoso ni insolente,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxmas sin temblar tampoco en tu presencia;

xxxxxxxxxxxxxxxxxxque al cabo -¡bien lo sé!- no he de vencerte,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxpero me marcharé contigo, ¡oh Muerte!,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxde igual a igual al trono de la esencia.


“Montalvo” me enseñó a escribir sonetos y para no olvidarme de su composición, me obligó a memorizar el siguiente:


xxxxxxxxxxxxxxxxxxUn soneto me manda a hacer Violante

xxxxxxxxxxxxxxxxxxy en mi vida me he visto en tal aprieto

xxxxxxxxxxxxxxxxxxcatorce versos dicen que es soneto,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxburla burlando van los tres delante.


xxxxxxxxxxxxxxxxxxYo pensé que no hallara consonante

xxxxxxxxxxxxxxxxxxy estoy en la mitad de otro cuarteto,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxmas si me veo en el primer terceto

xxxxxxxxxxxxxxxxxxno hay cosa en los cuartetos que me espante.


xxxxxxxxxxxxxxxxxxPor el primero de los tercetos voy entrando

xxxxxxxxxxxxxxxxxxy aún presumo que entré con pie derecho

xxxxxxxxxxxxxxxxxxpues fin con este verso ya voy dando.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxYa entré por el segundo y aún sospecho

xxxxxxxxxxxxxxxxxxque estoy los trece versos acabando

xxxxxxxxxxxxxxxxxxcontad si son catorce y está hecho.


Siendo mi tío un amante de los sonetos clásicos, consideré lo más apropiado despedirme de él, precisamente, con un soneto:


xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxADIÓS A MONTALVO

xxxxxxxxxxxxxxxxxxLa noche apareció como acechanza

xxxxxxxxxxxxxxxxxxinfausto y desgraciado dolor mío,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxel cáncer que de muerte hirió a mi tío

xxxxxxxxxxxxxxxxxxpartió mi corazón como una lanza.


xxxxxxxxxxxxxxxxxxLa vida con su rito de alabanza

xxxxxxxxxxxxxxxxxxle canta una canción como agua al río,

xxxxxxxxxxxxxxxxxxtratando de frenar mi desvarío

xxxxxxxxxxxxxxxxxxencuentro yo en su fuerza mi esperanza.


xxxxxxxxxxxxxxxxxxY entrando ya en su hora de partida

xxxxxxxxxxxxxxxxxxcon lágrimas en mis ojos miro al mar

xxxxxxxxxxxxxxxxxxbuscando la razón que está perdida.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxLlanto y risa habrá en su solo despertar

xxxxxxxxxxxxxxxxxxesperando la horrible despedida;

xxxxxxxxxxxxxxxxxxdecirte adiós no quisiera... ¡qué pesar!


Agradecido de mis lectores de hoy, quienes me ayudan a pasar este paro cívico, general e indefinido de la mejor manera que sé,

El Hatillo, 31 de enero de 2003